El presidente de Rusia, Vladimir Putin, se caracteriza por andar al revés. La Humanidad avanza y las minorías logran mayor respeto por sus libertades y derechos, sin embargo, en su país él y su manada leninista se aferran a imponer como política de estado la intolerancia y la discriminación para determinados sectores de la población.
En el caso específico de los homosexuales, en muchos países se han aprobado leyes que regularizan sus uniones en igualdad a los matrimonios heterosexuales. En cambio, Rusia adoptó una ley que criminaliza la homosexualidad. Ahora resulta que cuando se han mostrado decenas de videos que testimonian el uso de armas químicas por el ejército de Bashar al Assad contra la población indefensa en la perifería de Damasco, Putin sale diciendo a la opinión pública que no se trata de genocidio sino una farsa de los rebeldes.
Un tipejo tan desajustado y censurable no debería ser tomado en serio ni constituir un obstáculo para el funcionamiento de organismos internacionales como el Consejo de Seguridad de la ONU. Queda claro que el comportamiento y mentalidad de este Sr. es similar a la de su antepasado, Genghis Khan. Su cinismo y desviación de la ruta democrática no pertenece a la época actual.
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