Esta es la historia de Marina, una jinetera cubana del interior que como otras tantas se mudo a la Capital a luchar y a probar su suerte en ese sórdido mundo con el claro objetivo de ayudar a su familia y salir de Cuba a como de lugar.
Marina se queja de haber llegado un poco tarde a La Habana procedente de su natal Camaguey. Según ella, si hubiese llegado a la capital cinco o seis años atrás, su meta de convertirse en prostituta de lujo habría resultado mucho mas fácil. En la Habana ya hay demasiada competencia, y los clientes cada vez prefieren a las más jovencitas, casi niñas. Sin embargo, a sus 25 años Marina aún no pierde la esperanza de poder luchar en las calles capitalinas hasta alcanzar su gran objetivo: empatarse con un yuma, como se les dice aquí a los extranjeros, y largarse de la isla cárcel.
Allá en Camaguey, Marina dejó a su madre y a una hija de cuatro años. Por su condición de técnica de nivel medio en gastronomía, trabajaba como dependienta en una cafetería estatal de mala muerte, con un salario que no le alcanzaba para alimentar a la niña. Por eso Marina, y otras dos chicas jóvenes y solteras como ella, decidieron un día tomar el tren con destino a La Habana, aun sin conocer a nadie en esta urbe que pudiera ofrecerles una mano.
Al principio la vida en la capital fue bien difícil para las tres chicas, en ocasiones solo les alcanzaba para una sola comida al día, y durmieron en los bancos de la terminal de trenes. Así hasta que se encontraron con un hombre que les ofreció vivir en su apartamento, a cambio, por su puesto de sus favores sexuales. Al cabo de varias semanas, tras obtener los primeros frutos del oficio, Marina logró independizarse. Ahora vive sola, alquilando un cuarto en la Habana Vieja por el que paga 50 CUC al mes (unos 50 dólares), y ya ha podido enviar algún dinero a su familia.
Y lo que es más importante: Marina ha comprendido que debe de pasar varias etapas si desea alcanzar su meta. Por estos días, desprovista todavía de los atributos materiales que le faciliten atrapar a un buen partido, Marina merodea por los sitios donde se practica la prostitución barata habanera, como los portales de las tiendas de la calle Monte, o los alrededores del Parque de la Fraternidad. Por esos lugares casi todos los clientes que encuentra son cubanos, y pagan generalmente una tarifa de cinco CUC por media hora de amor rentado. Aunque en ocasiones, si tiene suerte, se empata con tipos que le ofrecen hasta 10 ó 15 CUC. Por supuesto, en esos casos debe esmerarse en la prestación del servicio.
Por supuesto, Marina confía en que esta “pobreza” será transitoria. Por el momento está renunciando a ciertas bondades en el consumo con tal de ahorrar algún dinero, y así pertrecharse de ropa elegante, buenos zapatos y caros perfumes. Después estará en condiciones de lanzarse a las ligas mayores, al Paseo del Prado o la calle Obispo, la más concurrida de la Habana Vieja, donde abundan los turistas extranjeros. La buena presencia aumenta la probabilidad de que algún yuma se fije en ella— sobre todo si se trata de un “temba”, ya desahuciado sexualmente en su país de origen—, se enamore, se case y se la lleve al exterior. Además, aun de no concretarse el matrimonio, cualquier transacción que tenga su origen en Obispo o el Prado es muy lucrativa para una jinetera, pues se acostumbra que en esos lugares la tarifa no baje de 30 CUC.
Marina comenta que se vino a La Habana a pesar de saber que enfrentaría la represión policial contra las prostitutas por motivos prácticos y familiares. Allá en Camaguey hay muchas menos posibilidades de encontrarse con un yuma. Por otra parte, no desea que su mamá y su hija se enteren de la forma en que se gana la vida aquí en La Habana. Les ha mentido, contándoles que trabaja de moza de limpieza en la residencia de unos extranjeros. Y concluye esta joven “luchadora”: “Que sepan la verdad después que yo esté afuera, y pueda reclamarlas para sacarlas también de esta agonía”.
Marina se queja de haber llegado un poco tarde a La Habana procedente de su natal Camaguey. Según ella, si hubiese llegado a la capital cinco o seis años atrás, su meta de convertirse en prostituta de lujo habría resultado mucho mas fácil. En la Habana ya hay demasiada competencia, y los clientes cada vez prefieren a las más jovencitas, casi niñas. Sin embargo, a sus 25 años Marina aún no pierde la esperanza de poder luchar en las calles capitalinas hasta alcanzar su gran objetivo: empatarse con un yuma, como se les dice aquí a los extranjeros, y largarse de la isla cárcel.
Allá en Camaguey, Marina dejó a su madre y a una hija de cuatro años. Por su condición de técnica de nivel medio en gastronomía, trabajaba como dependienta en una cafetería estatal de mala muerte, con un salario que no le alcanzaba para alimentar a la niña. Por eso Marina, y otras dos chicas jóvenes y solteras como ella, decidieron un día tomar el tren con destino a La Habana, aun sin conocer a nadie en esta urbe que pudiera ofrecerles una mano.
Al principio la vida en la capital fue bien difícil para las tres chicas, en ocasiones solo les alcanzaba para una sola comida al día, y durmieron en los bancos de la terminal de trenes. Así hasta que se encontraron con un hombre que les ofreció vivir en su apartamento, a cambio, por su puesto de sus favores sexuales. Al cabo de varias semanas, tras obtener los primeros frutos del oficio, Marina logró independizarse. Ahora vive sola, alquilando un cuarto en la Habana Vieja por el que paga 50 CUC al mes (unos 50 dólares), y ya ha podido enviar algún dinero a su familia.
Y lo que es más importante: Marina ha comprendido que debe de pasar varias etapas si desea alcanzar su meta. Por estos días, desprovista todavía de los atributos materiales que le faciliten atrapar a un buen partido, Marina merodea por los sitios donde se practica la prostitución barata habanera, como los portales de las tiendas de la calle Monte, o los alrededores del Parque de la Fraternidad. Por esos lugares casi todos los clientes que encuentra son cubanos, y pagan generalmente una tarifa de cinco CUC por media hora de amor rentado. Aunque en ocasiones, si tiene suerte, se empata con tipos que le ofrecen hasta 10 ó 15 CUC. Por supuesto, en esos casos debe esmerarse en la prestación del servicio.
Por supuesto, Marina confía en que esta “pobreza” será transitoria. Por el momento está renunciando a ciertas bondades en el consumo con tal de ahorrar algún dinero, y así pertrecharse de ropa elegante, buenos zapatos y caros perfumes. Después estará en condiciones de lanzarse a las ligas mayores, al Paseo del Prado o la calle Obispo, la más concurrida de la Habana Vieja, donde abundan los turistas extranjeros. La buena presencia aumenta la probabilidad de que algún yuma se fije en ella— sobre todo si se trata de un “temba”, ya desahuciado sexualmente en su país de origen—, se enamore, se case y se la lleve al exterior. Además, aun de no concretarse el matrimonio, cualquier transacción que tenga su origen en Obispo o el Prado es muy lucrativa para una jinetera, pues se acostumbra que en esos lugares la tarifa no baje de 30 CUC.
Marina comenta que se vino a La Habana a pesar de saber que enfrentaría la represión policial contra las prostitutas por motivos prácticos y familiares. Allá en Camaguey hay muchas menos posibilidades de encontrarse con un yuma. Por otra parte, no desea que su mamá y su hija se enteren de la forma en que se gana la vida aquí en La Habana. Les ha mentido, contándoles que trabaja de moza de limpieza en la residencia de unos extranjeros. Y concluye esta joven “luchadora”: “Que sepan la verdad después que yo esté afuera, y pueda reclamarlas para sacarlas también de esta agonía”.
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